jueves, 8 de noviembre de 2012

RUTA MONTES DA MARIÑA 2012





 
Esta actividade é un dos maiores atractivos que se celebran durante o ano neste concello.
E a teor dos resultados vese que cada vez ten máis éxito, a pesar da crise.
Record de participación con 359 inscritos, 580 papadores. Se durante este fin de semana, os poñemos uns detras doutros con picos e palas, xa tiñamos solucionado o tema do desmonte do corredor.
 
 

Este ano achegámonos ao cortalumes de Brea coas novas e ás vellas xeracións, para que palpasen o ambiente.

 
Non nos quedamos a ver os coches, pero pola cantidade de motos e quads que subiron, parece que este ano estaba máis doado



 
 
A amizade é preocuparse por unha persoa, sufrir cando ela sofre e sentir a súa alegría cando esta chega.
É querer sen esixir, dar sen pedir, escoitar sen xulgar.
É estar sempre alí disposta a axudar.
A amizade é un dos regalos da vida, e en ti encontro un dos bos.
Únenos o nexo que compartimos durante os anos dende que nos coñecemos.
Cada ano transcorrido, achegounos máis.
O meu afecto por ti xa non cabe nunha amizade; es parte da miña familia.
Que o futuro nos traia a alegría do éxito e unha eterna amizade que nos axude
nos momentos difíciles que o destino nos depare.
¿Como poderei expresarche todo o cariño que che teño?...
Grazas pola túa amizade.


 
 
 
   

Lechon ponte ao día, mira como fan no video, que para o ano que vén xa che estou a ver agarrarte aos cornos do Honda e subir o cortalumes de Brea. E non me veñas con historias, que xa dicen, ¿quen ten medo tendo hospitais?, e enriba que ti tes recomendación na empresa. Así que xa sabes tes un ano por diante para baixar o flotador e pechar a chimenea.

¿POR QUE NOS EMOCIONAMOS LOS PESCADORES?


Atrás quedó la angustia. La paz inunda mi alma. Nada hay en el mundo que turbe el sosiego del discurrir del río y mi paso lento junto a él. Aquí viviré para siempre.
Solo hay vida junto al río.
                                                     
Seré un hombre nuevo. Literalmente, nuevo; si bien no totalmente, sí al menos una parte de mí habrá renacido cuando todo esto acabe, y así yo también lo habré hecho por completo.
Sesenta años de vida me lo han dado casi todo: una profesión construida a base de trabajo y esfuerzo, una compañera a la que he amado y junto a la que he luchado por salir adelante -mi “china”, mi querida “china”…-. Una familia que ha sido mi alegría a lo largo de más de treinta años, buenos amigos que me honran con su compañía y una salud de hierro que me ha mantenido proscrito a cualquier enfermedad que no fuera un catarro cada invierno. Las cosas han sido duras pero todo ha ido bien…hasta hoy…

- En sus manos está todo cuanto tengo, todo cuanto soy, no habrá nada más si Ud. no está acertado o si el destino me vuelve la espalda.
- No es el momento de ese tipo de elucubraciones amigo, relájese – me decía el doctor mientras el émbolo de la jeringuilla bajaba y hacía confluir el caudal que de la aguja brotaba con el líquido que albergaba la botella de suero.

Un sopor cálido, dulce, me inundó. Se extendió por mis miembros que se relajaban a cada momento haciéndolos cada vez más laxos y pesados y después nada…absolutamente nada…

- Todo ha salido como esperábamos. Enhorabuena. –dijo el doctor que me miraba desde la autoridad de su bata blanca, rodeado de varios doctores más jóvenes- . El trasplante ha sido un éxito y el resto está en sus manos. Deberá mantener una dieta baja en grasas y sal, realizar ejercicio suave periódicamente y evitar el tabaco y el alcohol. Su nuevo corazón es fuerte pero el resto de su cuerpo no lo es tanto y debe cuidarse. En unos días recibirá el alta y podrá volver a casa.

Tras varios meses recuperé mi vida anterior: mi esposa, mi familia, mis amigos, mi trabajo... Todo estaba ahí junto a mí. Todo tal cual lo dejé, excepto por el hecho de que sentía un profundo vacío que me atormentaba. Algo en mi vida había cambiado. Nada de lo que antes me pareció pleno lo era. Me atormentaba una y otra vez con la idea de que el destino había sido benévolo conmigo y yo sin embargo, como un crío desagradecido, me lamentaba de seguir con vida y con una sensación de vacío existencial que me ahogaba en una angustia negra.

Tras consultar con cardiólogos del equipo que me atendió en la operación y con el equipo auxiliar de Psicología Clínica, el diagnóstico estaba cerrado: depresión post transplante. Los ansiolíticos y los neurolépticos harían su trabajo.
Quedé postrado en una cama, como un pelele sin voluntad que traspasaba los objetos con la mirada y al que los sentimientos atravesaban sin dejar muesca alguna en su alma de cartón. Aún así mi estado de afasia inducida por los fármacos no consiguió aplacar de un modo definitivo mi profunda depresión pero, afortunadamente, tampoco consiguieron nublar por completo mi razón y mi entendimiento que recorrían los más recónditos sótanos de mi pensamiento en busca de la respuesta a mi dolor, a mi angustia, en definitiva, a mi inconfesado deseo de morir.

Ya lo había decidido, si de acabar se trataba lo haría sin que llegado el momento me temblara la mano, pero no lo haría sin antes conocer los pormenores que me había conducido a esta habitación oscura en la que ahora moraba.
Haciendo un esfuerzo titánico conseguí levantarme de la cama, vestirme y esperar a aquel hombre. Éramos vecinos desde hacía más de treinta años y aunque manteníamos una relación de cordial educación en el trato, nunca intimamos, ni siquiera llegamos a saber uno del otro más allá de nuestros nombres, en qué trabajábamos y el lugar en el que vivíamos. Él siempre fue un vecino gris. Con su ropa gris, su rictus gris, y su gris trabajo en el Instituto Anatómico Forense. Bastó un cordial, “Buenas tardes”, para entablar la conversación necesaria, que a la postre terminó en el intercambio de una promesa por su parte y el color vivo de mis billetes en sus manos grises.

Tras una semana de espera encontré en el buzón de mi casa la escueta nota que había estado esperando durante los siete días precedentes:

“Instituto Anatómico Forense de …, 8 de enero de 2012

Varón de 25 años, sin enfermedades conocidas, ni malformaciones. Fallecido en accidente de tráfico en la provincia de … el día de la presente a las 16:37 h. Firma el certificado de defunción el Dr….

Los familiares autorizan la donación de los órganos no afectados del cadáver a efectos de la realización de trasplantes y firman la presente como autorización a tal efecto.

Es voluntad de los familiares, una vez extraídos los órganos, retirar los restos del cadáver y trasladarlos a …. provincia de … para su posterior inhumación.

Para que así conste a los efectos antedichos, se firma la presente por triplicado“.

Subí a casa con la celeridad que me permitía el veneno que en forma de pastillas llevaba meses ralentizando mi cuerpo y atenazando mi voluntad, para sentarme frente a mi viejo mapa de carreteras en el que busqué, busqué, con la ansiedad que los neurolépticos no pudieron estrangular en ese momento, hasta que mi dedo tembloroso apuntando a una zona concreta del mapa se quedó fijo sobre le papel. Sin dar mayores explicaciones a nadie en casa, tiré a la basura los botes de pastillas que había en la mesita de noche y entré en la ducha. El agua fría me hizo reaccionar y el café caliente despertó mis sentidos adormecidos y abotargados. Conduje durante más de dos horas con el mapa abierto en el asiento del copiloto.
Por fin llegué al pueblo al que hacía referencia la nota que mi vecino “el Gris” me hizo llegar.

Era un pueblo pequeño del páramo castellano, de ésos que agonizan por la falta de gente, con la mayor parte de las casas deshabitadas y las que aún conservan inquilinos lo hacen por poco tiempo, pues sus años se agotan y esperan la soledad final como la que espera al propio pueblo que les vio nacer. Las pocas que no estaban deshabitadas dejaban escapar por sus chimeneas el humo de las lumbres y las estufas de leña que calentaban los días de mediados de un mes de octubre húmedo y frío.

Junto a la fuente de la plaza estaba una señora mayor, que como todos los días esperaba paciente la llegada de la furgoneta de reparto del pan.

- Buenos días.
- Buenas - respondió la mujer mirando con la curiosidad propia del que no espera ver a nadie y menos aún un forastero-
- Busco a la familia …
- Ya no viven aquí. Hace muchos años que marcharon a vivir a Madrid. En los años sesenta, cuando la emigración. Tienen casa abajo, junto al río, ya a las afueras del pueblo una vez pasado el campo santo. Su casa es ésa que tiene el huertecillo a la misma vera del río. Se ve desde la misma carretera. Pero como le digo, no encontrará a nadie allí. Ya sólo vienen en verano, aunque el verano pasado apenas si estuvieron aquí cuatro o cinco días.
- ¿ Es Ud. amigo de ellos?- preguntó la mujer con la reserva del que se acaba de dar cuenta que quizás está hablando más de la cuenta con alguien a quien no conoce-.
- Sí…bueno, algo así... Se puede decir que soy “amigo” de la familia, o al menos que “les debo un favor” y me hubiera gustado hablar con ellos para expresarles mi gratitud por lo recibido de su parte.

La mujer me miraba, me escrutaba, dejando entrever en sus ojos un doble sentimiento hacia mí. Mostraba signos de desconfianza -al fin y al cabo no era más que un forastero desconocido- y de deseo de seguir con la conversación movida por la curiosidad.

- Pues no va a poder hablar con ellos, ¿sabe Ud?. Como le digo, no están. Se fueron en verano y no volverán hasta el verano que viene…salvo que… este año se acerquen a finales de mes para estar aquí el día uno del mes que viene, el día de Todos los Santos. – dijo la mujer, bajando el tono de voz como si no quisiera que nadie la escuchara, a la vez que baja la cabeza en sentido de respeto-. Ya sabe lo del muchacho, lo de Samuel, ¿verdad?...
- Sí, sí - me apresuré a responder - una verdadera desgracia, una desgracia…
- Pobre hijo, tan joven… La madre quedó destrozada y el padre…, los pocos días que estuvieron aquí este verano andaba como un ánima. Con decirle a Ud. que ni a pescar salió, ¡con lo que era él para la pesca¡ –dijo sacudiendo las manos -. ¿Cómo iba a salir a pescar, solo, sin su hijo?, si la criaturita le había acompañado desde niño al río y siempre pescaron juntos. No podía el hombre, no podía…- dijo la mujer con gesto resignado y con la cabeza gacha, moviéndola de una lado a otro en sentido negativo - .
 
Salí de la plaza en dirección a las afueras del pueblo en busca del cementerio. Lo había visto cuando llegué, y como suele ocurrir en los pueblos desde mediados de octubre, estaba abierto para que los vecinos pudieran ir a adecentar las lápidas y llevar flores a sus seres queridos y que así el día de Todos los Santos las tumbas lucieran en estado de buena conservación y limpieza.
Era un cementerio pequeño, acorde al tamaño del pueblo al que pertenecía. Aparqué en un lindazo y salí del coche. Paseé por entre las lápidas mirando aquí y allá. La mayor parte de los moradores de las sepulturas eran personas de avanzada edad – las fechas de nacimiento y defunción esculpidas en las lápidas no dejaban lugar a dudas – y desde luego, ninguna de las lápidas hacía referencia al nombre y fecha de defunción de la tumba que yo había venido buscando.
Volví sobre mis pasos e hice de nuevo el recorrido por entre las sepulturas. Ninguna de ellas correspondía a Samuel.
Decepcionado, salí del cementerio. La angustia, que a lo largo de los meses me había estado ahogando, se había manifestado de un modo más virulento aún mientras estaba en el cementerio. Apenas si podía caminar. Estaba sin aliento y con un puño en el pecho que me oprimía las costillas haciendo de cada inhalación una tortura insufrible. Los ansiolíticos y los neurolépticos me habían convertido en un hombre de trapo, pero sin duda, habían mantenido a raya a lo largo de los meses esta horrible sensación de angustia que ahora experimentaba. Rebusqué en la guantera del coche para ver si quedaba alguna píldora que me pudiera aliviar. No encontré nada. Arranqué de nuevo y salí del pueblo buscando una huída que me permitiese deshacerme de la ansiedad que me atormentaba.

Justo cuando dejaba el cementerio atrás, a la derecha pude ver el río que discurría paralelo durante un buen trecho a la carretera y a unos trescientos metros del campo santo un camino que conducía a una casita a su lado. La sola visión de la casa junto al río fue suficiente para que me tranquilizara. Por algún motivo que desconocía volvía a estar en un estado de relativo sosiego. La angustia había remitido. Tomé el camino y me acerqué a la casa. Era una casa relativamente moderna, con una cerca de madera, un porche de entrada y un jardín en la parte delantera. Bajé del vehículo y sin demasiado esfuerzo, sorteé la valla de madera. En su parte de atrás la casa tenía una zona dedicada al cultivo de un pequeño huerto que se extendía hasta casi la misma orilla del río. Me asomé a la ribera.

El río discurría entre dos hileras de álamos. Los árboles mostraban tonalidades rojizas y ocres y se movían con una brisa ligera que los balanceaba rítmicamente de un lado a otro. Las aguas eran limpias y daban reflejos brillantes de la luz con la que el sol suave de octubre las inundaba. En las zonas profundas, donde el agua tomaba tonos del color de la esmeralda, los peces se movían lentos, con la languidez que les contagiaba el otoño de cadencia lenta, deambulando de aquí a allá, sin un rumbo fijo. La ribera se perfumaba de una dulce humedad que refrescaba mi cara y llenaba mis pulmones con un aire cencio y limpio que me hacía recobrar una vida que hacía hecho mucho que no sentía latir en mi interior.
Caminé por la orilla del río. Disfruté del vuelo de los pájaros, de los quiebros de los insectos que se desplazaban por el aire de la ribera, de las truchas que esquivas se alejaban ante mi presencia, dejándose hundir lentamente en los pozas como si su desplazamiento estuviera sincronizado con el compás del discurrir lento de la tarde del otoño. Escuché el sonido del agua dando vida a la ribera y su sonido aliviaba mi angustia y me llenaba de vida a mí también.

Nunca antes había sentido nada especial al estar en un río. De hecho yo me crié en la Castilla más seca. En aquella tierra infinita de secano, de viñas y grano, en la que el agua es anécdota. Nada en los recuerdos de mi infancia o juventud me unía a los ríos y a las aguas. Después, en mi madurez, me rodeé de asfalto y ladrillos y tampoco nunca sentí necesidad alguna de visitar los ríos, ni atracción por ellos y las riberas.

Transcurrió la tarde y me fui llenando de río, me fui empapando de agua y fui renaciendo, desechando la ropa vieja de mi congoja y de mi angustia que pesaba como una gota de plomo en mi alma. Entre dos luces regresé al coche, pero justo antes, al saltar la valla de madera de la casa para montarme en él, en el límite de la valla y ya pegado al río descubrí una placa en el suelo. Una placa de color gris oscuro con la siguiente inscripción:

“Descansa en paz Samuel, junto al río, como siempre quisiste. Mientras tu corazón esté cerca de él, seguirá vivo”.

Tu padre


Acis

martes, 6 de noviembre de 2012

2005 international fly tying symposium new jersey

 
Pois navegando pola rede, sempre te atopas cousas curiosas, ou como neste caso, recordos da aventura Americana dos elementos.
 
 





Os anos non pasan, voan.


lunes, 5 de noviembre de 2012

II CONCURSO FOTOGRAFICO FAZOURO

Esta foi a foto das que presentei no último momento a este concurso. Non tubo moita aceptación, pero como consolo entrou entre as dez escollidas polo xurado.
Haberá que esmerarse máis para o ano que vén.




 

O CLUB DA COMEDIA

 
 
 
 
Cal será o tema de conversación que teñen os homes, despois dunha suculenta cea?.
Só unha pequena mostra, por que se poño os outros videos referentes aos temas alí tratados, habería toque de queda e loito xeral en Fazouro.
Co resto pódese facer dentro duns anos un libro coas aventuras e desventuras do dúo dinámico Rocco e Nachete pola cidade das murallas.